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lunes, 3 de junio de 2013

HUIR NO ME TRAE A CUENTA



huir.

huir de esta espesura de ciudad que me agarrota la sangre,
que la espesa, la ralentiza y la arruina,
haciendo mis pasos lentos, quebradizos y vacíos.

huir ya.

coger el primer tren que llegue,
que se acerque a mí
y me acoja y me acune y me aleje
de este lugar insulso.

y llega:

destino, Madrid-Atocha apeadero.
poca gente,
ni maletas ni bultos innecesarios:
el móvil y la Condesa Sangrienta,
de Pizarnik.

sentarme, cerrar los ojos
respirar hondo, profundo,
y sentir como las ruedas de acero
se deslizan lenta y armoniosamente,
sobre unos surcos simétricos,
paralelos,
aburridos e inertes.

abro los ojos y frente a mí
una mujer de negro riguroso
aparece de improviso,
zozobrando mi coraje
y alertando mis sentidos.

no la oí llegar,
ni presentí su aliento,
pero ahí está, empapándolo todo
de sorpresa y nerviosismo.

mi ojos van subiendo despacio;
desde sus rodillas, descubiertas y enrejadas,
a sus pechos, justos y pecaminosamente
prietos.
acabar en sus ojos, azorado,
y sentir clavados los suyos en los míos,
acaban por privarme de todo sentido
ajeno a esta borrachera.

un juego, me voy diciendo,
un lascivo juego mientras van pasando segundos
interminables,
y ninguno parpadea.

su semblante no cambia,
y siendo placido, me sumerjo en él
como el más experto jugador, sabiendo de sobra
que mis cartas son más bien de monopoly.

pero no soy cobarde.
acepto el envite,
y con gesto adulto
dejo pasar los segundos,
inerte.

de repente todo cambia a mi alrededor.
la gente va desfilando entre murmullos, golpes de maletas
y prisas.
cierro al fin los ojos de nuevo,
y el vagón, vacio ya,  me devuelve
a una realidad inquieta y muda.

fin de viaje.

Madrid aparece a mi izquierda
entre sobrillas de hierro y metacrilato,
maletas que traquetean sus diminutas ruedas
sobre un andén trashumante.

¿dónde han ido a parar esos postes
telegráficos que partían el paisaje en mil
fotogramas por segundo?

¿qué coños ha sido de ese mar castellano
que se extendía por doquier
entre amarillos paja y verdes limón?

acomodo mis pasos lentos,
y una acidez mental imposta
y embota mi razón.

¿me habré quedado dormido?
¿todo el viaje?
¿y esa mujer, solo ha sido un sueño?

me niega la razón toda lógica,
y soy un zombi esperando una respuesta
que sé que no llegará,
mientras el bullicio de la capital
va desperezándome, y me llega
el recuerdo ancestral de aquellos años
de adolescencia, rumbo a Cádiz,
con el petate de marinero y la virginidad
casi intacta.

de repente un mal presentimiento.

¡joder!
¡la hija de puta me ha robado la cartera!


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